miércoles, abril 19, 2006

Los estados malogrados. Por Noam Chomsky

El imprescindible intelectual Noam Chomsky opina sobre la política internacional de los Estados Unidos de América.

Los estados malogrados
Por Noam Chomsky

Estados Unidos debe apelar a medidas diplomáticas y económicas antes que a las militares cuando se confronten amenazas graves de terror y dejar que las Naciones Unidas lideren las crisis internacionales

La definición de estados malogrados es escasamente científica. Pero todos ellos comparten ciertos atributos primarios. Son incapaces o no desean proteger a sus ciudadanos de la violencia y tal vez incluso de la destrucción. Se consideran a sí mismos más allá del alcance de la ley nacional o internacional, por lo tanto libres de concretar actos de agresión y de violencia. Y si tienen formas democráticas, sufren de un serio déficit democrático que priva a sus instituciones de una real sustancia.
Una de las tareas más arduas que cualquiera puede emprender, y una de las más importantes, es mirarse honestamente al espejo. Si nosotros hiciéramos eso, tendríamos muy poca dificultad en encontrar los rasgos de los estados malogrados directamente en nuestro país. Ese reconocimiento de la realidad debería ser causa de gran preocupación para quienes se desvelan por sus países y por las generaciones futuras, "países" en plural, primero a raíz del enorme alcance del poder de Estados Unidos, pero también porque los problemas no están localizados en el espacio y el tiempo, aun cuando haya importantes variaciones, de particular relevancia para los ciudadanos de Estados Unidos.
El déficit democrático estuvo claramente ilustrado en las elecciones del 2004. Los resultados llevaron a la exaltación en ciertos círculos, a la desesperación en otros y a una gran preocupación sobre una nación dividida. Colin Powell informó a la prensa que el "presidente George W. Bush ha ganado un mandato del pueblo estadounidense para continuar su 'agresiva' política exterior".
Esto está alejado de la verdad. Está también muy alejado de lo que la población cree. Después de las elecciones, Gallup preguntó si Bush "debía enfatizar los programas que apoyan los dos partidos" o si "tiene un mandato para avanzar con la agenda del partido republicano", como Powell y otros sostuvieron. El 63% eligió la primera opción, el 29% la última.
Las elecciones no confirieron un mandato para nada. De hecho, prácticamente no tuvieron lugar, en el verdadero sentido del término elección.
La historia provee de amplias evidencias sobre la falta de atención de Washington respecto a las leyes y normas internacionales, que alcanza hoy nuevas alturas. Concedamos, siempre hubo pretextos, pero eso es cierto para cualquier Estado que recurre a la fuerza según su voluntad.
Bajo la presidencia de Ronald Reagan, la administración buscó manejar los problemas con fervientes pronunciamientos sobre el "imperio del mal" y sobre sus tentáculos que estaban a punto de estrangularnos. Pero se necesitaban nuevos recursos. Los partidarios de Reagan declararon su campaña mundial para destruir el terrorismo internacional apoyado por un Estado que el secretario de Estado de Reagan, George Shultz, denominó una "plaga diseminada por los depravados opositores a la civilización misma" que intentan "un retorno de la barbarie en la época moderna".
La lista oficial de los estados que patrocinaban el terrorismo, iniciada en el Congreso en 1977, fue elevada a un lugar prominente en la política y en la propaganda.
En 1994, el presidente Clinton amplió la categoría de estados terroristas para incluir los estados delincuentes. Unos pocos años más tarde se agregó al repertorio otro concepto: los estados malogrados, frente a los cuales nosotros debemos protegernos, y a los cuales debemos proteger a veces destruyéndolos.
Más tarde llegó el eje del mal del presidente George W. Bush, al cual nosotros debemos destruir para autodefendernos, siguiendo la voluntad del Señor tal como es transmitida a este humilde servidor escalando mientras tanto la amenaza del terror y de la proliferación nuclear.
Sin embargo, la retórica siempre ha generado dificultades. El problema básico ha sido que bajo razonables interpretaciones del término, incluso bajo definiciones oficiales, las categorías son excesivamente amplias.
Se necesita disciplina para no reconocer los elementos de verdad en la observación del historiador Arno Mayer inmediatamente después de los ataques terroristas del 11 de setiembre de que, desde 1947, "Estados Unidos ha sido el principal autor del Estado terrorista que ataca primero, y de innumerables otras acciones 'delictivas' que han causado un inmenso daño siempre en nombre de la democracia, la libertad y la justicia".
La categoría estado malogrado fue invocada de manera reiterada por los autodenominados estados iluministas en la década del noventa. Eso los autorizaba a recurrir a la fuerza con el supuesto objetivo de proteger a las poblaciones de los estados malogrados, delincuentes y terroristas de un modo que podía ser "ilegal pero legítimo", frase usada por la Comisión Independiente sobre Kósovo.
Cuando los temas principales del discurso político cambiaron de la intervención humanitaria a la guerra al terrorismo después del 11 de setiembre, se le dio al concepto estado malogrado, un alcance más amplio a fin de incluir a países como Iraq, que amenazaban supuestamente a Estados Unidos con armas de destrucción masiva y con el terrorismo internacional.
Con este uso más amplio, los estados malogrados no necesitaban ser débiles, lo cual tiene mucho sentido. La Alemania nazi y la Rusia estalinista eran escasamente débiles, pero con estándares razonables merecían la designación de estados malogrados, tan completamente como ninguno en la historia.
El concepto gana muchas dimensiones, incluyendo el fracaso en proveer seguridad para la población, para garantizar los derechos en el país y en el exterior, o para mantener en funcionamiento (no simplemente de manera formal) las instituciones democráticas. El concepto debe con seguridad incluir estados proscriptos, que desechan con desprecio las reglas del orden internacional y de sus instituciones, cuidadosamente construidas a lo largo de los años, inicialmente por iniciativa de Estados Unidos.
El Gobierno Estadounidense es muy parecido a otros países poderosos. Persigue los intereses económicos y estratégicos de los sectores dominantes de la población local, con el acompañamiento de una impresionante retórica sobre su excepcional dedicación a los más altos valores. Esto es prácticamente un universal histórico, y es la razón por la cual la gente sensata presta poca atención a las declaraciones de las nobles intenciones de los líderes, o a los elogios de sus seguidores.
Uno escucha comúnmente decir que los criticones se quejan por lo que está mal, pero no presentan soluciones. Hay una traducción certera para esta acusación: "ellos presentan soluciones, pero a mí no me gustan".
Aquí hay unas pocas y simples sugerencias para Estados Unidos:
1. Aceptar la jurisdicción del Tribunal Internacional de Justicia y de la Corte Internacional.
2. Firmar y cumplir los protocolos de Kioto.
3. Dejar que las Naciones Unidas lideren las crisis internacionales.
4. Apelar a medidas diplomáticas y económicas antes que a las militares cuando se confronten amenazas graves de terror.
5. Mantenerse dentro de la interpretación tradicional de la Carta de las Naciones Unidas: el uso de la fuerza es legítimo solamente cuando es ordenado por el Consejo de Seguridad o cuando el país está bajo la amenaza de un ataque inminente, de acuerdo con el Artículo 51.
6. Renunciar al poder de veto en el Consejo de Seguridad, y tener un respeto decente por la opinión de la humanidad, tal como aconseja la Declaración de la Independencia, incluso cuando los centros del poder no están de acuerdo.
7. Reducir drásticamente los gastos militares y aumentar los gastos en: salud, educación, energía renovable y cosas similares.
Para la gente que cree en la democracia, estas son sugerencias muy conservadoras: parecen ser la opinión de la mayoría de la población de Estados Unidos, en muchos casos de la abrumadora mayoría, que se opone radicalmente a la política pública; en la mayoría de los casos, en ambos partidos.
Otra sugerencia cautelosa y útil es que los hechos, la lógica y los principios elementales de la moral deben ser importantes. Aquellos que se tomen el trabajo de adherir a esta sugerencia se verán rápidamente conducidos a abandonar una buena parte de la doctrina oficial, aunque es seguramente más fácil repetir invocaciones que sirven a nuestros exclusivos intereses.
Y hay otras simples verdades. De ningún modo dan respuesta a todos los problemas. Pero nos hacen tomar cierta distancia para desarrollar respuestas más específicas y detalladas. Aun más importante, ellas abren la puerta para implementarlas, pues son oportunidades que están a nuestro alcance si podemos liberarnos de las ataduras de la doctrina y las ilusiones impuestas.
Aunque es natural que los sistemas doctrinarios intenten inducir el pesimismo y la desesperación, la realidad es diferente. Ha habido un progreso substancial en los últimos años en la interminable cuestión de justicia y libertad, dejando un legado que puede fácilmente ser llevado a un plano más alto que antes.
Las oportunidades para educación y organización abundan. Como en el pasado, no es probable que los derechos sean garantizados por autoridades benevolentes, o ganados por acciones intermitentes participando en unas pocas demostraciones o apretando una palanca a la hora de las elecciones, como si en eso consistiera exclusivamente la política democrática.
Como siempre en el pasado, las tareas requieren un compromiso para crear y, en parte, recrear las bases destinadas al funcionamiento de una cultura democrática.
Hay muchos medios para promover la democracia en el país, llevándola a nuevas dimensiones. Las oportunidades son muchas, y el fracaso en captarlas es probable que tenga repercusiones ominosas: para el país, para el mundo y para las generaciones futuras.

NOAM CHOMSKY ES PROFESOR DE LINGÜÍSTICA EN EL INSTITUTO DE TECNOLOGÍA DE MASSACHUSETTS EN CAMBRIDGE.
© NOAM CHOMSKY
DISTRIBUIDO POR THE NEW YORK TIMES SYNDICATE